CRÓNICAS “APÓCRIFAS” DE UN PEREGRINO MEDIEVAL
DÉCIMO PRIMERA ETAPA – HASTA EL CAMINO DE SAN SALVADOR
Apenas había despuntado el sol cuando dejó la acampada. Tomó un trago de orujo en una cantina y mientras caminaba hacia el río Porma se comió un bollo preñado que había comprado en la feria. Cruzó el Puente Viejo y poco más adelante alcanzó a un hombre de mediana edad que identificó como peregrino porque llevaba en la esclavina una concha de Santiago.
-Buenos días hermano. Me imagino que también vas a Santiago.
-De momento quiero llegar a Oviedo para visitar la Cámara Santa. Y luego si el cuerpo aguanta y la bolsa me lo permite continuaré por la vía que marcara el Rey Casto. Vengo desde Roncesvalles. Bonitas ciudades como Pamplona, Altsasu, Vitoria, Miranada de Ebro, Traspaderne… antes de alcanzar Aguilar de Campoo. Bellos paisajes y hermosos monumentos como el monasterio de Estíbaliz. Buena tierra y mejor gente.
Caminaron a buen paso mientras se iban contando lo que había sido su vida y de qué les estaba sirviendo el Camino. Sin darse cuenta habían llegado a Otero de Curueño y sus caminos tenían que separarse. Guillaume aprovechó la circunstancia de que su compañero de viaje era escribano para pedirle una firma de testimonio. Encantado accedió: puso el legajo sobre un poyete de piedra y escribió: “en el día de la fecha de 13 de octubre del año de gracia 1276 doy fe ante la casona de los Acebedo”. Y estampó una firma ritual. Se desearon suerte y cada uno tomó su camino. Guillaume cruzó la Encartación del Curueño y enfiló el valle de Fenar. Unas cuantas nueces le dieron fuerzas para seguir aquel camino que atravesaba huertas sembradas de quitameriendas.
Chino chano, rumiando sus pensamiento alcanzó el pueblo de Candanedo.
Justo a la entrada de la población, sentada en un poyo de piedra, una viejecita hilaba e hilaba al giro de su rueca. El sol del otoño se adormecía en el regazo de su mandil. Se acercó a la anciana que levantó la vista.
Buenas tardes, abuela. Soy peregrino que busca dónde pasar la noche. ¿Dónde podría encontrar cobijo?
-Creo que la Juaquina tiene el palo de los pobres. Es la casa de allí enfrente.
El peregrino no sabía qué era eso del palo de los pobres y la viella le explicó que todos los vecinos por turno daban amparo a pobres y peregrinos necesitados con derecho a unas sopas de ajo para cenar y desayunar al día siguiente. Se despidieron con un quede con Dios cuando ya el sol se había ocultado tras la torre de la iglesia. Guillaume picó a la puerta de la tal Joaquina. Poco tardó en aparecer en la puerta una mujer enjuta de unos cincuenta años.
-Me llamo Guillaume. Vengo haciendo el Camino de Santiago y mis caudales son más que escasos. Me han dicho que es usted quien tiene hoy el palo de los pobres. Le pido por amor de Dios que me dé cobijo en cualquier rincón de su casa. En nada le molestaré.
-Pase por el portalón y siéntese en el banco del corral. Espere allí que pronto prepararé las sopas que con mucho gusto le dispondré. Después podrá descansar en el pajar donde un buen grueso de hierba le permitirá dormir a pata suelta.
Guillaume pasó dentro, se sentó en el banco, se sacó las botas, se quitó el calcetín del pie derecho y levantó el vendaje. Aquel dedo estaba bastante mejor. Lavó la herida con agua de la cantimplora y se enjugó con el trapo que había recogido en Boñar. Quitó dos capas de la cebolla asada y con ellas recubrió el dedo. Se hizo un vendaje con el que sujetó bien la nueva cataplasma. Apenas había acabado sus curas cuando apareció la Joaquina con el puchero de sopas.
-Están hechas con pimiento picante y manteca de cerdo. Tal como le gustan a mi marido. Le sacarán el frío del cuerpo y le ayudarán a bien dormir. Aquella puerta verde es la del pajar. Buenas noches.
El peregrino le dio las gracias con un ” Dios se lo pague”, que le salió de lo más hondo de su corazón. En un cerrar y abrir de ojos se metió las sopas a la faltriquera . Dejó el cacharro encima del banco y se encaminó al pajar. Subió por la escalera y se dejó caer como un saco, no sin rezar antes una Ave María a la Virgen de Celada. Nada más supo hasta que los gallos lo despertaron.