PATRIMONIO NATURAL Y PAISAJÍSTICO DEL CAMINO OLVIDADO
Sin duda el escenario por el que discurre el peregrinaje o el viaje iniciático es de vital importancia: si es hermoso contribuye sin duda a solazar el espíritu y revitalizar el cuerpo. Todo un regalo para estos tiempos de tanta contaminación y exceso de cemento y máquinas. El Camino Olvidado nos conduce por unos parajes singulares que ayudan a conjugar armoniosamente la visión de nuestros ojos y la mirada interior. Nos ofrece la oportunidad de ver, mirar , observar, oír, escuchar, cantar, conversar, conocer, aprender, respirar hondo muy hondo… La paz del entorno, la transparencia de un cielo puro, el silencio o los rumores de la naturaleza son la mejor atmósfera para meditar, para realizar un reset en nuestra ansiedad tecnológica y postmoderna. Tal vez el Camino sea una buena vacuna contra la posverdad y represente un auténtico y valioso ”hecho alternativo”. Caminaremos por las riberas del Cadagua, el Valle de Mena, las Merindades burgalesas, la Montaña palentina y leonesa para concluir en tierras del Bierzo, el Bergidum de los romanos.
Desde el histórico puente de Balmaseda seguiremos por los márgenes del río Cadagua cruzando riberas verdes y arboladas como es propio del paisaje vasco, siempre vigilados por los Montes de Ordunte que retienen en el cuenco de sus manos las aguas del Ordunte y Cerneja para vertirlas generosamente al río Cadagua que viene adolescente y saltarín desde los Montes de la Peña. Entramos en el Valle de Mena, amplio, verde, pastoril, rematado por blanca montera de roca caliza. Paisaje espectacular que entreteje la frondosidad de los bosques con los roquedales pelados y agrestes. La ruta se desliza por praderas bucólicas y entre bosques de robles centenarios de apetecible frescura en los días calurosos de verano. Subimos al puerto de Cabrio entre bosques de roble, haya, encina, acebo, boj y tejo. En la cumbre divisaremos un impresionante panorama: Valle de Mena, pantano de Ordunte, Montes de la Peña y parte de la Sierra Salbada.
Entramos en la Merindad de Montija y más tarde en la de Sotoscueva. Es un paisaje muy bello que caracteriza estos territorios: se trata de un pequeño paraíso aún no perdido de praderas y bosques rematado por las crestas agrestes de formaciones kársticas preñadas de multitud de cuevas, hecho que explica el nombre de Sotoscuevas. Si nos desviamos un poco podremos admirar la muestra más fantástica de este paisaje singular: el parque Natural de Ojo Guareña, el complejo kárstico más extenso en cuevas de la Península Ibérica, y uno de los diez mayores del mundo. Desde los miradores de Alto Concha, Retuerta y Pico del Cuerno podremos disfrutar de unas vistas impresionantes. Los montes Zalama y Cerneja nos contemplan desde ese orgullo ancestral que supieron transmitir a los pasiegos burgaleses. Nos encontramos en el “Circo de San Bernabé”, en el que el río Guareña aprovechó una gran fisura para discurrir subterráneamente. Esta oquedad fue aprovechada posiblemente desde el siglo VIII para establecer un eremitorio que con el tiempo se transformó en ermita. Inicialmente fue dedicada a San Tirso y es a partir del XVIII que amplía el patronazgo a San Bernabé. El Complejo Kárstico de Ojo Guareña está protegido como Bien de Interés Cultural , Monumento Natural (Junta de Castilla y León) y Lugar de Interés Comunitario . Nuestro viaje continúa por la Merindad de Valdeporres entre bosques de hayas y robles, y praderas que en tiempos antiguos fueron pastos para los rebaños trashumantes de la “muda”, lo que explica la existencia hoy en día de restos de cabañas. Transcurrimos al amparo de los Montes del Somo siguiendo la línea vertebral del río Nela y su afluente el Engaña. Paisajes de dulzaina y tamboril que no nos permitirán darnos cuenta que ya estamos en la cabecera del Ebro porque entramos en Arija.
En la siguiente etapa cambiamos a Cantabria, pero el paisaje sigue siendo espectacular. Vamos vadeando el embalse del Ebro hasta despedirlo al pasar sobre la presa. Si somos fáciles de cámara debemos controlar los tiempos porque motivos no nos faltarán para detenernos a echar fotos. Subidos al montículo sobre el que los romanos construyeron Julióbriga divisamos magníficamente la gran planicie verde en la que se asienta Reinosa y al fondo, cerrando la panorámica la Cordillera Cantábrica. Seguimos camino sobre la vieja ruta Peña Cutral desde donde divisamos majestuoso el Pico Tres Mares que extiende sus tentáculos por los Montes de Campoo y Saja , Picos de Europa , Fuentes Carrionas y la Montaña Palentina. Finalmente descendemos al amplio valle de Valdolea, reino de los menhires.
Llegados a Aguilar de Campoo nos encontramos en el reducido territorio que atraviesa el Camino Olvidado por planicies castellanas. Aquí nos saluda la Peña Aguilón sobre la que se yergue el castillo medieval. El río Pisuerga nos acompañará hasta Cervera en su largo peregrinar hacia el Duero. Caminamos por tierras más bien llanas con algún altozano y pequeños montes. Si desviamos nuestra mirada hacia el norte divisaremos al fondo la agreste cima de Curavacas cubierta de nieve durante buena época del año y que domina el parque de Fuentes Carrionas. Seguimos la ruta para adentrarnos en la comarca de la Peña: tierras planas también pero amuralladas por su parte norte. Se trata de una gran mole de piedra blanca que como un gran dinosaurio defiende la frontera con Cantabria: es la Sierra de la Peña denominada también en alguno de sus tramos Sierra del Brezo, refugio donde se encuentra el famoso santuario de la Virgen del Brezo. Si tenemos tiempo y nos flipa la naturaleza podemos desviarnos para empaparnos del misterio y embrujo de la Tejeda de Tosande: los centenarios tejos se nos antojan gigantes encantados. Poco a poco abandonamos las riberas del Pisuerga para entrar en los dominios del Carrión. Con la llegada a Guardo queda invalidada la sentencia de que “ancha es Castilla”. Entramos en la Cordillera Cantábrica.
Desde Puente Almuhey iniciamos la subida por el hermoso valle del Tuéjar, conocido como el “valle del hambre” por la vida miserable que llevaban sus habitantes subyugados por la avaricia de los señores de Prado dueños de estas tierras. El valle concluye en un culo de saco de gran belleza paisajística en el que se enclava el santuario de la Virgen de la Velilla. Ascendemos por la collada de la Mata de Monteagudo para disfrutar de uno de los más bellos parajes del Camino Olvidado. Caminaremos entre robledales y hayedos, exuberantes en primavera, frescos en verano y alucinantes en otoño. Estos montes guardan entre sus riscos las leyendas y misterios de San Guillermo y de Santa María de los Valles ( Vallulis). Los desnudos picachos de Peñacorada hacen de guardianes velando por la paz y tranquilidad de estos lugares: todo es silencio tan sólo arañado por algún graznido o relincho . Franqueado el espinazo del Rejo enfilamos el descenso hacia la ribera del Esla ahora entre densos pinares. Antes de llegar a Cistierna nos espera en su cueva-eremitorio el Eremita Guillermo.
Cruzamos el río por el puente del Mercadillo que se mira, como lo hiciera Narciso, sobre las cristalinas aguas del Esla. Entre montes comunales y serranías calcáreas hacemos camino hasta el Señorío de las Arrimadas que cuenta con una gran atalaya medieval como es la torre-campanario de Santa Marina. Desde sus troneras se divisa toda la bucólica Vega de Boñar dominada por su gran centinela: el Pico Cueto. La trasparencia de los aires de esta tierra nos permite escudriñar el horizonte hasta los límites más lejanos donde se perfilan las cumbres de San Isidro.
Si somos amantes de la tradición y queremos empaparnos de historia cruzaremos el río Porma por el Puente Viejo: el rumor de las aguas y los cantos de las aves nos harán difícil la despedida de la Villa pero nos espera un largo camino. Cruzando parajes ondulados de monte bajo llegamos a las riberas del Curueño legendario que en verano ve muy mermadas sus aguas. Estas comarcas son cuna de pescadores y granja de los mejores gallos para fabricar plumillas de anzuelo de alta calidad. Y andando andando por andurriales parejos llegamos a orillas del Bernesga que nos dice que quiere llegar hasta León. Si somos duros montañeros y elegimos la ruta de Valdorria nos esperan impresiones fuertes: riscos y parajes de ensueño (el Faedo de Ciñera) donde se recluyó San Froilán y San Atilano huyendo del mundanal ruido. Es una ruta de alta montaña impracticable en invierno que nos permitirá ensanchar los pulmones, alegrar la vista y esponjar el espíritu.
Y al final de uno u otro camino nos espera la Omaña, sobria y comedida en sus inicios y embravecida a medida que vamos subiendo. Al final del valle regentado por el río Gordo ( o Valle Gordo)nos espera Fasgar empequeñecido a los pies de la gran muralla de la Sierra de Gistredo declarada Reserva de la Biosfera. Es el momento de coger fuerzas y sintonizar los cinco sentidos porque ahora viene lo mejor del Camino Olvidado. La subida es empinada, pero el paisaje es fantástico: el bosque de robles y urces está moteado de abedules blancos de exquisita elegancia. A medio camino de la cima nos encontramos con las fuentes que nos regalan con sus cistalinas aguas de manantial roqueño y nos refrescan el alma con los versos del poema “La fuente,la sed y el mar”. Y al final la cima. Es difícil de explicar la panorámica que se divisa desde allí: un gran circo de montañas espectaculares (Tumbarán Los Fueyos, Picos de Arcos de Agua y Peña Ceferina)y allá abajo en el centro del gran teatro de la naturaleza la campa de Santiago que lleva en su corazón la ermita del Apóstol. Hemos dejado atrás las montañas leonesas de la Cordillera Cantábrica y entramos en el Bierzo.
Continúa el terreno montañoso atemperándose según vamos avanzando. Por estos parajes cruzaba la Vía Nova romana que conducía hasta finisterre y que servía de acceso para la explotación de minerales. En muchos puntos nos encontramos con escombreras de las minas de carbón que estuvieron a pleno rendimiento en la postguerra. Cruzaremos por bosques de encinas, robles y alcornoques, por viñedos y huertas hasta llegar al santuario de la Virgen de la Peña. Desde el mirador de la Patrona del Bierzo podemos contemplar una panorámica fantástica del Bierzo, vergel que Gil y Carrasco en su novela “El Señor de Bembibre” describió como nadie en el devenir de las estaciones.
Hemos llegado al final del Camino Olvidado. Seguro que llevaremos un montón de instantáneas en la galería de imágenes de nuestro móvil o en el archivo de nuestra cámara, pero sobre todo en el disco duro de nuestra memoria personal. Por nuestra retina han pasado paisajes y paisajes de feliz recuerdo y en el fondo de nuestro corazón y de nuestro espíritu se han ido sedimentando experiencias singulares que pueden llevarnos a concluir como me dijo un peregrino: “Es éste un camino demasiado hermoso para ser un Camino Olvidado”. Es preciso pues llevar los sentidos bien abiertos y el alma a flor de piel. Que así sea.