LA LEYENDA DEL CAMPO DE SANTIAGO
Estamos en un escenario magnífico: una hermosa campa próxima a las fuentes del Boeza que se nos presenta como un impresionante circo enmarcado por el Catoute y la sierra de Gistredo y Cilleros.
Ramiro II (según otra versión Alfonso IX) ocupaba el trono del Reino de León en permanente lucha contra Almanzor (“El Victorioso por Alá”): si Almanzor era “El Azote” de los cristianos, Ramiro era conocido por los musulmanes como “El Diablo”. Nos encontramos en el año 981: el ejército musulmán se parapeta en el Monte Paleiro y las tropas cristianas acampan en la llera del Monte de Fernán Peláez. Viéndose en gran desventaja numérica la milicia cristiana formada por lugareños, pide ayuda al rey de León que empeñado en la defensa de la ciudad aún afectada por el trauma de la “batalla del Foso” (938), da la causa por perdida confesando que era más difícil expulsar a los moros del Paleiro, que cazar un oso vivo. Heridos en su orgullo y honor, al día siguiente salieron al monte, apresaron un oso y se lo llevaron al monarca como muestra de valentía y decisión.
Regresaron de nuevo al frente donde unieron sus fuerzas con las de los vecinos de Los Montes y Urdiales. Como ocurriera en Camposagrado y en Clavijo, al frente de los cruzados apareció el Apóstol Santiago (siempre con su caballo blanco y blandiendo su espada) y enfrente, comandando las tropas musulmanas, Martín Moro, llamado Toledano por su origen. Así describe Diego Rodríguez de Almela ( «Valerio de las Historias Eclesiásticas») en el año 1487 el espectáculo de la batalla:
E como el dia fuese esclarescido, oyda misa e rescebidos los sacramentos, los cristianos fueron fuertemente ferir en las hazes de los moros llamando ‘Dios ayuda Santiago.’ E como estoviesen fuertemente peleando, vieron la visión del apóstol con grand compaña de ángeles commo cavalleros armados que parescía a los moros que era muy gran gente que les venía en socorro e luego començaron a fuyr e arrancar. Pocos escaparon e fueron muertos delos moros setenta mil e otros muchos captivos.
La gesta quedó recogida en el romancero que así la canta:
Señor Santiago bendito
que de los cielos bajaste
veinticinco mil moros mataste
en el campo de la victoria.
Y ahora te vas a los cielos
con los santos y la gloria.
En justo agradecimiento levantaron en el lugar de los hechos una ermita en honor del Apóstol. Dice la tradición que en agradecimiento y recompensa el Rey, tal como recogen las crónicas, les concedió en 1229 los fueros o privilegios de que gozaba este concejo, que los eximía del servicio real, el servicio de armas y otras contribuciones. En el Archivo Histórico de Simancas se guarda un documento latino que lo atestigua, datado en el año MCCLXVII por estar contabilizado según la Era Augusta (la Era Cristina comienza 38 años después). En recuerdo y gratitud por este privilegio los vecinos regalaban cada año un oso al señor de la jurisdicción, primero al Rey, luego a los condes de Alba de Liste, en los que los reyes enajenaron sus derechos convirtiéndolos en señores de la Jurisdicción de Bembibre a la que también pertenecía el concejo de Colinas. Un apeo de 1700, realizado por el conde de Alba de Liste, don Juan Enríquez de Guzmán, da fe de esta práctica: «tienen obligación de salir en cada un año perpetuamente tres días a montería. El uno el día de San Lorenzo diez de Agosto, día de San Mateo, veinte y dos de setiembre y día de San Julián siete de enero. A la cual deben acudir todos los dichos vecinos para efecto de matar el oso u osos en los sitios acostumbrados y hacer las diligencias para matarle. Y si lo mataren la piel de él han de llevar a villa de Bembibre”. Con la abolición de los señoríos en el primer tercio del siglo XIX, desapareció el tributo del oso pero no así las monterías que se mantuvieron.
La actual ermita de Campo data del siglo XIX y fue edificada sobre la que se había arruinado por completo en 1796.
Hay alguna versión, que recogen Rafa y Rosi (http://rsas0010.blogspot.com.es/2012/11/colinas-del-campo-e-iguena.html) que nos presenta un “Matamoros” no tan épico, sino más humano (con dudas, más realista y estratega): viendo el gran número de muyahidínes, en vez de llevarlo todo a sangre y fuego, el Apóstol comenzó a pensar en una retirada estratégica. Sumido en sus pensamientos, contempló un grupo de mariposas típicas del lugar que revoloteaban incesantemente. De tal manera le llamaron la atención que para mejor observarlas comenzó a girar en círculo: era una señal que le enviaba la Virgen María. Captado el mensaje, Santiago retornó sobre sus pasos y atacó despiadadamente a los yihadistas al grito de “¡acábelos!”, consigna bélica que terminó, según esta variante legendaria, dando nombre a la población de Cacabelos. Esta versión se hermanaría con la de Camposagrado ya que en los dos casos se habla de un cierto fracaso inicial, una reconsideración del plan que finalmente les llevará a la victoria final y la complicidad de Santa María y Santiago en la trama bélica.
Qué hay de cierto en esta historia? De entrada es evidente la incompatibilidad de algunos personajes. Alfonso IX no puede ser el rey de referencia ya que reinará mucho después (finales del siglo XII) aunque su fama de gran conquistador (Cáceres, Mérida, Badajoz) pudieron catapultarlo a la leyenda. No pudo ser tampoco Ramiro II de León, por haber reinado este monarca (931 – 951) medio siglo antes de las invasiones de Almanzor, pero también era digno de entrar en la mitología de la Reconquista ya que fue el artífice de la decisiva batalla de Simancas (939). Siendo fieles a la fecha indicada al principio tendríamos que estar hablando de Ramiro III o Bermudo II. La trama legendaria sí que corresponde con la época de la “Batalla por León”: Almanzor hostiga constantemente el reino de León sitiando insistentemente la Capital con tropas venidas de Toledo (aquí está el Martín de nuestra historia), pero llega un momento en que Almanzor hace un planteamiento “ideológico” de su estrategia: la resistencia cristiana y su bravura y orgullo estaban alimentados por su fe ciega en la intervención milagrosa de Santiago. ¿Y qué fomentaba y mantenía este espíritu jacobeo? El peregrinaje a Santiago. Por eso se propone extirpar de raíz las peregrinaciones a Compostela y para ello deriva una parte de su ejército hacia Santiago, arrasando cualquier signo cristiano que encuentra a su paso. En este contexto histórico se ha de encuadrar la Batalla de Colinas y la destrucción de la Cruz Alta, conocida desde entonces, según dice la tradición, como la “Cruz Cercenada” (Quintana de Fuseros) al ser arrasada por los sarracenos. Fuera por hostigamiento, fuera por campaña de limpieza o interés de saqueo, Almanzor llega a Santiago de Compostela. Todos conocemos la conquista y aniquilación de la Ciudad (997) con la consabida anécdota de las campanas llevadas a Córdoba.
La leyenda y la historia parecen confirmar, pues, que por estas montañas había una ruta importante de peregrinación jacobea sostenida y enriquecida por el imaginario popular y el culto religioso. ESTA RUTA atravesaba Omaña para, después de trasponer la montaña descender a Quintana de Fuseros (cruce de caminos señalizado por la legendaria cruz) hasta llegar a Congosto (santuario de la Virgen de la Peña) y una vez cruzado el río Sil pasar a Cacabelos, Villafranca del Bierzo… Aparte de estos asuntos jacobeos la leyenda también pretende justificar y razonar, atribuyendo orígenes de rancio abolengo y notoriedad histórica, determinados derechos, privilegios o prácticas radicadas en esos lugares, así como el nombre de la población de Colinas del Campo de Martín Moro Toledano.
Por lo que hace referencia a las tensiones y enfrentamientos entre cristianos y musulmanes parece ser que no era habitual en la zona del Bierzo. Más bien se trataba de un territorio de acogida para mozárabes huidos de Al-Andalus, tal vez por ser tierra alejada de las constantes refriegas de los primeros siglos de la Reconquista: es lo que se conoce como la “Tebaida Leonesa” donde se multiplicaron los eremitorios y oratorios creados por S. Fructuoso y S. Valerio (S. VII) y restaurados y ampliados por S. Genadio (S. X). El Monasterio de Santiago de Peñalba (937) es el testimonio más importante.
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