LA LEYENDA DE CAMPOSAGRADO
La gesta de Don Pelayo en Covadonga, mitología aparte, supuso el inicio del sueño visigodo de recuperar el territorio perdido apoyándose en bases religiosas agresivas que contrarrestaran los ímpetus musulmanes alimentados por el espíritu de la guerra santa. El primer paso en este proyecto de reconquista fue crear un cordón sanitario más allá de la cordillera, sabedores de que las tropas de Al-Andalus por el momento eran invencibles en zona llana. La realidad histórica es que fue Alfonso I el que estableció esta franja de “tierra de nadie” al otro lado de Pajares, pero la leyenda de Camposagrado atribuye esta estrategia militar al propio Pelayo que planificó una segunda edición de la Epopeya de Covadonga en los dominios transcantábricos.
Don Pedro Alba (S. XIX) nos transmite la narración que don Antonio Fernández Álvarez y Miranda, Canónigo de la Iglesia de León, y Cofrade de la Cofradía hace sobre los orígenes de esta historia («ANTIGVEDAD de la Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Campo Sagrado de las Montañas de León, Estatutos y loables Exercicios de sus Cofrades» fechada en 1653),
Así lo cuenta el Canónigo: El obispo Urbano de Toledo se dirigía a las Asturias huyendo de los moros (hecho frecuente hasta al menos el siglo XIV), llevando consigo las reliquias de varios santos que se hallaban en Toledo, juntamente con algunas imágenes de mucha devoción que allí se veneraban, para ser depositadas en la Cámara Santa. El obispo prófugo pasó la noche en la ermita que había en Campo Sagrado. En sueños tuvo la revelación de que la imagen de María Santísima que formaba parte de su cargamento quería ser venerada en aquel lugar. Se desconoce si hizo caso o no al aviso del cielo. Reinició su camino a Asturias donde se unió a la comitiva de D. Pelayo no sólo en la reconquista de Asturias sino también en sus expediciones del otro lado de la Cordillera. Haciendo camino hacia León, ciudad ocupada por los musulmanes acamparon en Campo Sagrado, por ser aquel buen sitio para aconsejarse de cómo deberían actuar para la toma de la Capital Leonesa. Decidieron por fin enviar dos emisarios a León conminando a los moros que entregasen la ciudad. Como era de esperar fueron despedidos con desprecio (al menos salvaron la vida) dejándoles muy claro que por la gloria de Alá sus razias vengarían aquel ultraje. Quedaba declarada la guerra.
La Providencia, la Santina y Santiago (que por cierto en esos momentos aún no tenía el contrato de patronazgo) dieron a Pelayo la herramienta precisa: el Capitán Colinas. El héroe leonés, parejo en bravura con su paisano Bernardo del Carpio, planificó una curiosa estratagema: pidió al príncipe 500 azadones, y en una noche cavó trece pozos en la tierra que servirían de emboscada “por ser la tierra llana y sin montes”, trece pozos de 25 metros de diámetro y casi dos de profundidad. . Hay autores que ven en el número de pozos una reminiscencia del culto lunar: trece meses tiene el año lunar; además añaden que en el brocal de los pozos había una hilera de veintiocho piedras (días del mes lunar). Pero volvamos a nuestra historia. Comenzó la refriega, encendidos unos por el mandato de Alá, encorajinados los otros por Santiago Matamoros que ya por entonces cabalgaba a lomos de un hermoso caballo blanco. Suenan los timbales y chirimías de las tropas de Al-Andalus, retumban los cuernos y tambores de los astur-leoneses. Blanden los musulmanes sus cimitarras, alfanjes y gumías, bien provistas sus aljabas; los cristianos amenazan con sus dagas, espadas, hondas y destrales. Hondean los pendones con la cruz y las banderas de la media luna…
El príncipe Pelayo, especialista en aventuras de risco y precipicio, no contaba con que en la Hoja «el terreno era llano y abierto”, que en el cuerpo a cuerpo los muyahidines medievales no tenían rival, y la proporción de las tropas era del ciento por uno a favor de los moros. Y lo que era de esperar sucedió. Visto el desastre y pensando que una retirada a tiempo evitaría males mayores, el Infante Alfonso (leyenda e historia se entrecruzan) ordena la retirada hacia los lugares que hoy conocemos como «Maxada» o «Rentería». Tamaña cobardía fuele reprochada a Pelayo por Santiago que en sueños le hizo saber que su proceder había trastocado los planes de Dios que “tenía dispuestas las cosas a su modo». Avergonzado y arrepentido el príncipe guerrero asturiano, decide volver a la carga, sorprendiendo a los musulmanes que creyendo que los cristianos habían quedado total y definitivamente vencidos, estaban ya camino del Valle de Poniente con la guardia bajada. Entonces entran en acción los hombres del Capitán Colinas que salieron de los trece pozos . Reunificadas las tropas cristianas, se suben a los montes próximos y con toda clase de proyectiles “naturales”(piedras lanzadas a mano o con hondas de pastor, maderos, manales de majar…) «acabaron con los moros miserablemente sin que dejasen hombre con vida»…
Uno de los pozos: Foto de David Gustavo López
Consumada la victoria, volvieron las huestes cristianas al mismo campo de la Hoja. «Colocados todos, en medio de un impresionante silencio, las tropas en semicírculo, al frente los heridos y enfermos, en el centro el Caudillo con sus gardingos, magnates y prelados, teniendo a su derecha al Arzobispo Urbano y a su izquierda al Infante Don Alfonso, Don Pelayo mandó acercarse al Capitán Colinas y poniendo junto a sus labios la cruz que formaba la hoja con la empuñadura de su espada se la dio a besar, lo cual hizo Colinas con toda reverencia, puesto de hinojos. En voz tan alta que todos oyeron, dijo el Rey: Tu sine nobis eos vicisti ex hoc cognomem accepisti… Esta regia frase con el tiempo romanceada forma la divisa del escudo heráldico de los Fernández de Colinas, descendientes del famoso capitán. “Tu sin nos los has vencido y este será tu apellido”, texto que contraído se quedó en Tusinos». Los siete obispos presentes y el arzobispo Urbano ante el dantesco espectáculo de tantos cadáveres cristianos mezclados con los de los musulmanes decidieron bendecir aquellos campos para que quedaran en sagrado los cuerpos de los cristianos.
Cuando llegaron a Almanzor las malas noticias dicen que exclamó: «¡Mala muerte! ¡Mala muerte!», de donde «tienen por tradición muy cierta los naturales de aquella tierra que le ha quedado a aquel monte con este nombre que de presente corrompido se llama Valamuerte». La leyenda fija la fecha de la epopeya:»Ganóse esta memorable batalla el año del Señor de 722″.
Para conmemorar los hechos y como agradecimiento a la victoria se levantaron dos ermitas: una en honor de Santiago y otra dedicada a la Virgen (hermosa síntesis para evitar competencias desleales). Es de suponer que el Obispo Urbano, si no lo había hecho antes, retornaría a la ermita de Camposagrado la imagen románica que había rescatado de Toledo. Queda pues bastante patente que la leyenda pretende hermanar la epopeya leonesa con la batalla de Covadonga (cosa que ocurre también con la leyenda de Celada): la gesta asturiana tiene lugar el 28 de mayo y la leonesa el 8 de septiembre. Otra característica más hermana esta historia con la de La Robla: en ambas dos las estratagemas son el arma que el Señor elige para liberar a las huestes cristianas.
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Lo que sí deja claro esta leyenda es uno de los rasgos típicos de las narraciones míticas: objetos y lugares de difícil o al menos desconocida explicación y la mezcla despreocupada de hechos y personajes, como ocurre en los sueños, que pertenecen a diferentes épocas y tradiciones. Perfectamente sabemos que el líder sarraceno Almanzor (939- 1002) no fue coetáneo de Pelayo. Pero su figura es alargada en todas direcciones dentro del imaginario cristiano medieval y de manera especial en las tierras leonesas que durante doscientos años fueron tierras fronterizas de propiedad variable. El líder sarraceno fue durante varias décadas el azote de los cristianos (Barcelona, Coimbra, León, Santiago de Compostela, S. Millán de la Cogolla…). Empeñado en limpiar el territorio y destruir León, planificó multitud de escaramuzas dentro de la conocida como «Batalla por León» y proyectó romper la línea defensiva Montuerto-Aviados-Gordón-Alba (Llanos)-Barrio (Santiago Villas)-Luna. Algunos historiadores afirman que Almanzor no tenía interés en ocupar los territorios para “quedarse”, sino que sus razzias eran un puro ejercicio de castigo y saqueo como vendría a demostrar la gran diseminación geográfica de sus correrías. En este contexto y con la necesidad de conectar las hazañas míticas de la Reconquista, nace la leyenda de Camposagrado. La justificación del origen nobilísimo del linaje de los Fernández Colinas (“Tusinos”), la interpretación mitológica de topónimos (“Valamuerte”, “Camposagrado”), la explicación de los trece pozos misteriosos muy posiblemente restos arqueológicos de la minería aurífera de los romanos (“furaconas”), el enaltecimiento de un santuario afamado tal vez construido como mojón de los límites diocesanos, la atracción de los peregrinos de la ruta jacobea…son las piezas que completan el puzzle de esta leyenda.